El sistema educativo argentino atraviesa una profunda crisis estructural. Se requiere una transformación que renueve la concepción educativa desde sus raíces más profundas.
Por Daniel Darrieux (*)
La educación en Argentina está en terapia intensiva. La buena noticia es que la enfermedad tiene cura.
Algunos datos para el diagnóstico: el último informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina, que lidera Alieto Guadagni, arroja datos muy preocupantes sobre la situación de la educación en general, y de Neuquén y Río Negro en particular.
A nivel país, la relación entre los ingresantes a primer año de nivel secundario en 2015 y los egresados en 2019, fue del 43,2%.
En Neuquén la proporción entre ingresantes y egresados, en el mismo período, fue del 37,2%. El porcentaje es más preocupante aún si se lo descompone en los diferentes sistemas de gestión. En los colegios de gestión privada, la relación ingresantes-egresados fue del 63,8%, mientras en los de gestión estatal fue del 33,8%. Una ampliación de la brecha educativa. La provincia de Neuquén tiene uno de los presupuestos educativos por alumno más alto del país. No se traduce en resultados satisfactorios.
En Río Negro, la situación también es preocupante: en los colegios de gestión estatal, solo el 32,5% de los ingresantes terminaron 5º año. En los de gestión privada, el 65,7% completó el ciclo secundario.
Tanto Neuquén como Río Negro están por debajo del promedio país, según el citado informe.
Además, en ambas provincias existen problemas de infraestructura edilicia que impiden el normal dictado de clases: goteras, calefacción que no funciona, baños clausurados, entre otros.
En Neuquén, durante 2021, se perdieron 18 días de clases por paros docentes, según la Asociación Civil Padres Autoconvocados por la Educación.
El pobre resultado de las evaluaciones Aprender 2021 representa otro indicador de los nefastos efectos de la extensa cuarentena en la educación. En este sentido, es repudiable la postura del gremio docente ATEN de oponerse a las evaluaciones de calidad.
El adoctrinamiento en las escuelas merece un capítulo aparte, al igual que el monopolio ideológico en la Universidad del Comahue, donde la diversidad de ideas – por ejemplo en materia económica – brilla por su ausencia.
Quienes más necesitan de la educación, los chicos y chicas de menores recursos, son los más perjudicados por el actual sistema educativo. Una educación de calidad es clave para disminuir la pobreza, generar inclusión y crecimiento económico. Los puntos 4 y 5 del Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial refieren a la educación primaria, la salud, la educación superior y el entrenamiento.
Transformar esta realidad requiere de una revolución educativa.
Comparto al respecto algunas ideas para orientar la acción:
• Revalorizar el respeto, el esfuerzo y la importancia del mérito y su reconocimiento.
• Eliminar los programas de enseñanza oficial, un esquema de contenidos rígidos diseñado por burócratas, que se impone desde el poder político, tanto en colegios públicos como privados.
• Implementar un sistema flexible, basado en la libertad de elegir los contenidos de los programas de estudio, que respete la diversidad de intereses y preferencias de los chicos. Educación financiera, tecnología, emprendedorismo, liderazgo, inteligencia emocional, son contenidos útiles que deberían formar parte de dichos programas. Hay que motivar a los chicos con conocimientos que generen su interés.
• Implementar el voucher educativo. En un muy interesante artículo, Edgardo Zablotsky, rector de la Universidad del CEMA, cita a Milton Friedman, quien lo explica con claridad: “en un esquema de colegios públicos y privados, los padres de menos recursos que decidieran enviar a sus hijos a colegios privados, recibirían del Estado un voucher por un importe equivalente al costo de educar a un niño en una escuela pública”. De esta forma, el Estado seguiría financiado a la educación, pero los fondos no se asignarían a las escuelas, sino a los padres, posibilitando su libertad de elegir”. Implica subsidiar la demanda en lugar de la oferta. Esto aumentaría la competencia entre colegios, tanto públicos como privados, lo que permitirá aumentar la calidad de ambos sistemas de gestión.
• Medir la calidad educativa, a través de evaluaciones a docentes y alumnos. Lo que no se puede medir no se puede mejorar.
• Mejorar los sueldos y la formación docente debe ser parte de esta transformación.
• Es imprescindible una profunda reforma del Estado, que libere recursos para ser destinados al sistema educativo: implica instrumentar un programa de privatizaciones y eliminación de organismos burocráticos que generan gastos improductivos y no agregan valor. Dicha reforma debe ser parte de un plan integral de desarrollo económico.
El sistema educativo necesita de altas dosis de libertad, condición necesaria para desplegar la creatividad.
Alguien dijo: “Un pueblo educado sabe diferenciar muy bien un discurso consistente de una prédica demagógica y populista”.
(*) Director de Impacto Económico.
(*)Nota de opinión publicada el 3, 2022 12:25 AM en el sitio online del Diario Río Negro.