Por qué el impuesto a las grandes fortunas aumentará la pobreza

Por Adrian Ravier

Desde el premio Nobel en Economía Joseph Stiglitz, al francés Thomás Piketty, y en la Argentina Máximo Kirchner, los argumentos en favor de un gravamen a los ricos son variados y a la vez descabellados

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La Cámara Baja aprobó la Ley de Aporte Solidario Extraordinario de las Grandes Fortunas. ¿En qué consiste este proyecto? El impuesto de “emergencia” -en teoría por única vez- busca que quienes tienen un patrimonio de más de $200 millones hagan un aporte especial, que arranca con una alícuota del 2% y llega a 3,5% para los patrimonios de más de $3.000 millones. Según cálculos oficiales, se recaudarían $300.000 millones.

Algunos sectores como la Unión Industrial Argentina reaccionaron para señalar correctamente que el proyecto “descapitaliza a empresas que invierten, producen y sostienen el empleo en un contexto de emergencia social, sanitaria y económica”, pero a la vez se equivocan en advertir que “fundamentalmente, esto se debe a que la norma no diferencia entre el patrimonio formado por capital productivo (empresas, máquinas y activos tecnológicos en el país), y aquél compuesto por activos financieros o inmuebles.” Lo cierto es que no se debería distinguir entre la economía real y financiera, pues son dos caras de la misma moneda. La referencia deja en claro que aun los empresarios “de la economía real”, no comprenden lo que está en juego.

Hay que elogiar la riqueza, o más bien a los empresarios que supieron generarla, distinguiéndolos -por supuesto- de aquellos que se la ganaron de forma indebida, sea a través del robo o a través de privilegios de esa histórica sociedad Estado-Empresario, que siempre se construye a expensas del consumidor. Es decir, se debiera destacar la riqueza generada por aquellos emprendedores que hacen la vida más fácil a la sociedad en su conjunto, arriesgando capital, y apoyados sobre su creatividad, innovación y buen servicio al consumidor, que los elige diariamente comprando sus productos, confrontando esto con la economía prebendaria.

se debiera elogiar la función social de la riqueza que supieron construir, criticando a quienes creen que se estaría mejor si ese capital fuera socializado entre aquellos que lo necesitan.

Desaliento a la inversión y el empleo
Se puede recordar al efecto el libro de Joseph Stiglitz, “El precio de la desigualdad”, quien señaló en su subtítulo: “el 1% de la sociedad tiene lo que el otro 99% necesita”. La conclusión parece obvia: hay que quitar este capital a aquellos a quienes les sobra y repartirlo entre aquellos a quienes les falta.

Thomas Piketty, autor de El capital en el Siglo XXI lo dice con mayor claridad: “repensemos los límites del mercado y del capitalismo y reformemos sus instituciones. Abandonemos la austeridad fiscal y gravemos más la herencia y la riqueza, concretamente con una tasa (confiscatoria e inconstitucional) del 80% para rentas que superen el millón de euros”.

Este tipo de planteos son peligrosos porque pierden de vista la “función social” que cumple la riqueza que hoy está en poder del 1% más rico. Y es que muchos al pensar en los ricos tienen la imagen del egoísta Tío Rico Mac Pato, en su propia bodega, sentado sobre una gran montaña de oro, contando cada una de sus monedas. La riqueza de estos emprendedores, sin embargo, no está en ninguna bodega. Esa riqueza se encuentra siempre en acciones de muchas empresas, que a su vez convierten ese capital en factores de producción, en forma de grandes edificios, depósitos, campos, máquinas, medios de transporte y comunicación que se utilizan en la producción en masa de aquellas cosas que luego el consumidor demanda.

Tomar las recomendaciones de Stiglitz o Piketty y expropiar esta riqueza de las manos de ese 1% más rico, sería el fin de innumerables proyectos de inversión que hoy sostienen la producción, pero que además generan millones de puestos de trabajo.

El análisis económico muestra que, en efecto, en el corto plazo, re-dirigir esos recursos tendrá como consecuencia un mayor consumo presente, pero instantáneamente colapsará la inversión, y al tiempo se expandirá la escasez de los bienes de consumo más básicos, lo que elevará sus precios, y con ello la pobreza y la indigencia. En el corto plazo, habrá cierto alivio, pero en el largo plazo, una vez redistribuido y consumido ese capital, habremos multiplicado el número de necesitados.

Pero hay más. Este tipo de normas ahuyentan el capital, que busca siempre el máximo retorno y el mínimo riesgo. Expropiar capital a quienes poseen grandes fortunas, les incentiva a abandonar el país y buscar otros destinos donde llevar su creatividad y su innovación, como ya ocurrió con el presidente de Mercado Libre, entre tantos emprendedores exitosos.

Claro que los marxistas se frotan las manos ante este tipo de medidas, porque harían colapsar al capitalismo y la economía de mercado, y con ello sobrevendrá el socialismo. Pero entonces lo único que se podrá repartir es la miseria, y la calidad de vida que conocemos en el siglo XXI habrá desaparecido, hasta que decidamos reconstruirla.

Nadie ignora que este sistema capitalista no es perfecto y que mucha gente sufre importantes carencias de bienes y servicios básicos. Pero este sistema, que se viene expandiendo en los últimos 200 años, posibilitó el acceso a bienes y servicios, reduciendo la pobreza y la indigencia en el mundo, y contribuyendo a tener una mejor calidad de vida.

Esos beneficios -siempre parciales- se los debe a los hombres creativos, los emprendedores, quienes arriesgando capital piensan todos los días cómo satisfacer las necesidades del consumidor, lo cual es premiado con mayores beneficios y riqueza. Como dijo el famoso economista americano George Reisman en uno de sus últimos libros “este 1% provee el standard de vida del otro 99 por ciento”.

El autor es economista y  profesor de la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas.

(*) Artículo publicado en Infobae el 21 de Noviembre de 2020