¿QUIÉN FUE LA METÁFORA DE QUIÉN?

En estas columnas nos hemos referido varias veces a Diego Maradona. Yo, que las escribo, reúno en mi propia persona las dos concepciones que unen y separan a los argentinos de Diego Maradona.

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Como futbolero le voy a estar agradecido siempre por lo que hizo con el fútbol: una revolución inédita, nunca antes vista. Por su época, Diego ya pudo contar con una velocidad de trasmisión de lo que hacía muy superior a la que tuvo Pelé. Y por el fútbol que se jugaba en una época y otra, salió airoso de una competencia de un deporte que ya no se jugaba con las licencias y los tiempos de los que disfrutaba el brasileño.

Maradona inventó un deporte nuevo, desconocido hasta ese momento: aquel en el que juegan 22 personas pero en donde el triunfo puede ser alcanzado por uno solo o, mejor dicho, donde el triunfo de los otros diez que jugaban con Diego se lo podían deber solo a él. Eso no existía antes de Maradona y no se volvió a ver hasta que apareció Messi.

Pero como persona Diego ofendió todo aquello en lo que creo, todo lo que amo, todo el perfil social, económico y de nivel de vida que me gustaría ver cristalizado en la Argentina.

Muchas veces hemos dicho aquí mismo -sin ir más lejos, el día de su reciente cumpleaños número 60- que Maradona simboliza una especie de encarnación de la Argentina en su propia persona. No es un mérito de quien esto escribe; muchos lo han dicho hasta el cansancio.

Es que la metáfora es tan obvia que no puede pasarse por alto: la altivez y la genialidad, mezclada con la autodestrucción y la caída; la exclusividad y el resentimiento, la orfandad y la soberbia; el orgullo y la pena, lo sublime y lo mísero; ser el sinónimo de la creatividad misma y propagar ideas que no hacen otra cosa que destruirla.

El fútbol es un deporte popular. El más popular de todos, el que no necesita más que una pelota (que en algunas épocas hasta pudo ser de trapo) un potrero y un poco de ganas de divertirse, competir y pasarla bien. El equipamiento es una sofisticación redundante, pero puede jugarse hasta descalzo, en la tierra, arriba de piedras, en la arena, en el asfalto, sobre adoquines. Cuanto más irregular sea la superficie y más indomable sea la pelota por el material del que está hecha, más crack se es: quien puede dominar una “Pulpo” en los adoquines, se hará un festín con una “Nike” en una grama de billar.

Diego empezó jugando descalzo entre las piedras y terminó en la cúspide del firmamento. Desde allí cayó al abismo del infierno y desde allí también bramó junto a dictadores y defendió el curriculum de quienes no fueron otra cosa que asesinos.

El listado de las personas con las que se reunió por motivos políticos incluye un abanico de indeseables. Siempre me interesó saber si podía establecerse algún vínculo entre las inclinaciones “ideológicas” de una persona y el nivel de destrucción de su cerebro. Es decir, si es posible que las personas que destruyeron sus neuronas por la ingesta de sustancias adictivas terminen inclinándose por la defensa de ideas impresentables. ¿Podrá ser? ¿Habrá sucedido eso con Diego?

La demagogia argentina siempre utilizó su figura como una reivindicación de lo “popular” y como si Maradona les perteneciera solo a los “humildes”. La mierda de la política también tironeó de sus pantaloncitos apretados para transmitir la idea que solo una porción de la Argentina podía reivindicarlo.

Hasta a la hora de su muerte el fascismo no perdió la oportunidad de recrear un teatro necrofílico para aprovechar, hasta en su último adiós, la popularidad de un ídolo inmedible.

Quizás nunca sabremos por qué Maradona decidió ser un héroe imperfecto. Muchos presentadores y periodistas en estas últimas horas competían por recordar momentos de la vida de Diego que hubieran preferido que no estuvieran en el video de su vida. Pedían un imposible. Todos esos momentos, invariablemente, coincidían con excesos, con exabruptos, con arranques de mala educación, con iras y resentimientos bajos. Pero aspirar a que todo eso no hubiera existido en la vida de Maradona es como pedir que Maradona no fuera Maradona.

Estoy seguro que lo mismo ocurriría con la Argentina. Si todos nosotros nos sentáramos a diseñar un  video de resumen del país, daríamos cualquier cosa por retirar de las imágenes momentos indeseables. Y esos momentos también coincidirían con excesos, exabruptos, mala educación; con resentimientos y con iras. Pero esos momentos también son el país. Como también son Maradona.

Maradona y la Argentina son productos aluvionales, excesivos, alejados del centro equilibrado.

Ayer, en el obelisco, mientras una multitud colmaba la Plaza de la República, un grupo munido de una bandera como barricada comenzó poco a poco a invadir el carril de la calle Carlos Pellegrini para cortar el tránsito. ¿Necesidad de hacer eso? Ninguna. Todo estaba desarrollándose digamos que “normalmente”, sin que las muestras de afecto que unos tenían ganas de manifestar, interfiriera con el derecho de los demás a circular por la calle.

Pero en un momento esas tentaciones totalitarias de la Argentina hicieron que un grupo decidiera que, por el ejercicio de la fuerza, el derecho de los demás se terminara. Avanzaron con la bandera como escudo hasta que la gente quedó atrapada en sus autos sin que la policía hiciera nada por impedirlo. Otra vez el aluvión, otra vez el exceso, otra vez la tentación, otra vez la debilidad republicana como Diego padeció la debilidad que terminó destruyéndolo.

Ayer en el Twitter oficial de la selección inglesa se leyó, junto a una foto de Maradona: “Inolvidable. Adiós Diego. Una leyenda de nuestro juego”. El diario The Mirror, con una foto, nada menos que del segundo gol de Maradona a los ingleses en México, titulaba simplemente “The Greatest” (“El Más Grande”).

Y yo me pregunté ¿Por qué nosotros no podemos tener esa grandeza? ¿Por qué no podemos dejar, ni en los momentos más tristes, esa furia de lado y evitar cantar “el que no salta es un inglés”? ¿Saben por qué? Porque si Diego estuviera participando de su propio adiós, sería el primero en saltar.

Esos son los trazos comunes que hacen que uno probablemente nunca devele el misterio de si la Argentina es una metáfora de Maradona o si Maradona fue una metáfora de la Argentina.

Adiós Diego. ¡Gracias por el fútbol! De lo demás me olvido.

(*) Publicado en The Post Arg el 26/11/ 2020